«Cuando una mujer comienza a escribir, despierta en el público, como primer sentimiento, el de la desconfianza. Presentadle a alguien un mozo, diciendo: "Es un joven escritor", y noventa y nueve veces sobre cien el otro tendrá una expresión o una frase de simpatía, o, por lo menos, de benévola curiosidad. Decid de una mujer: "Es una escritora", y en el acto, si su nombre no es ya muy conocido favorablemente, veréis una leve mueca de desconfianza o de contrariedad reprimida. Parece que el viejo adagio: "¡Guárdate de la mujer que sabe de latines!", tiene personas afectas asaz rigoristas que lo aplican con exceso aún a quien no ha declinado tampoco una vez el rosa, rosae, y tiene sobre la conciencia en cosas de literatura, solamente algunos pecadillos veniales, como cortas poesías, cuentitos o breves artículos de cualqueir índole, en la vulgar lengua patria.»
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